Hubo un tiempo en que Montevideo contó con decenas y decenas de ‘centros sociales y recreativos’. Por supuesto, las numerosas sociedades fundadas por los inmigrantes (Casa de Galicia, Club Italia, Casal Catalá, Círculo Napolitano, Hogar Húngaro, Club Brasilero, Centro Gallego…) pero, además, infinidad de instituciones cuya única finalidad era, precisamente, la recreación: Admiradores de Bachicha, Centro Flor de un Día, Sociedad Recreativa La Sirena, Los Locos del Cuarto Piso, Sociedad Hacia la Cumbre, Los Recreatónicos, Centro El Caburé y muchísimos otros. De más está decir que, llegado febrero, proliferaron en ellos las tertulias de disfraz, sumándose a las muchas otras opciones con que la ciudad celebraba a Momo bailando sin parar.
En los carnavales de los años 40, la clásica disyuntiva entre la típica y la jazz que refleja el gusto popular de entonces, se plasmó en una oferta bailable muy variada: desde las modestas discotecas o los conjuntos de medio pelo que animaban las tertulias barriales, hasta las consagradas orquestas nacionales y extranjeras que eran la atracción de las veladas celebradas en los teatros y hoteles municipales. Francisco Canaro, Carlos di Sarli o Roberto Firpo, del lado de la típica, Lalo Etchegoncelay o los Havana Serenaders de Émerito Sheppard del lado de la jazz, son algunos de los nombres que brillaron en el Parque Hotel, el Retiro o el Hotel del Prado que, además, rivalizaban en materia de adornos diseñados para la ocasión.
En alguna oportunidad, el Teatro Solís confió su decoración al talento de Julio Vilamajó que colgó del techo de la sala unos enormes y coloridos papagayos con los que obtuvo el primer premio en el concurso de adornos de la Comisión Municipal de Fiestas. A su vez, en ese mismo año, el Teatro Artigas anunciaba la actuación de Aníbal Troilo y Francisco Fiorentino, congregando bajo su célebre techo corredizo a una multitud de parejas expertas en cortes y quebradas.
En el otro extremo de la ciudad, el Hotel Carrasco, el Tajamar y el Miramar conformaban un circuito en el que imperaban dos de los mayores referentes del período: Juan D’Arienzo, ‘el Rey del Compás’, y los maravillosos Lecuona Cuban Boys que enloquecieron a medio Montevideo con su ritmo arrollador. Nacida en ese contexto, la conga ‘Carnaval del Uruguay’ sigue representando hoy la banda de sonido de toda una época.
