Ejemplo típico del murguista bohemio, escaso en dientes, músico innato eternamente acodado en algún mostrador, Oreste ‘Chiquito’ Roselló es un claro exponente de la estirpe de artistas callejeros que inventaron el carnaval montevideano. Redoblante de condiciones excepcionales y con una destacada trayectoria como boxeador, llenaba él solo cualquier escenario con su mímica, sus piruetas imposibles y su histrionismo de payaso. Walter Martínez, compañero de Curtidores de Hongos lo pinta como un tipo que vivía la diaria y se reía de todo, y lo recuerda así: ‘Se tiraba al piso con el redoblante, daba vueltas carnero y seguía tocando. Lo suyo era un show aparte.’
Entre otras curiosidades, puede decirse que el Chiquito fue el primer murguero que incursionó en el recinto del teatro ‘en serio’. En efecto, cuando en 1960 el elenco de El Galpón puso en escena la primera versión de ‘El Gran Tuleque’, el olfato artístico de sus responsables los llevó a convocarlo como redoblante de aquella aventura, aunque reconocen que no era fácil lidiar con su empedernida bohemia. ‘Teníamos un suplente siempre pronto para entrar –recuerda Mauricio Rosencof- porque a veces llegaba tarde o directamente no venía. O llegaba en un estado que, bueno, ya te podés imaginar. Pero otros días aparecía a última hora, se pintaba de apuro, agarraba el redoblante y la rompía’.
Aunque pasó por otras murgas, el nombre de Roselló ha quedado definitivamente ligado a los Curtidores de Carlitos Céspedes. Con su redoblante y su sonrisa de oreja a oreja, su estampa ilumina la histórica foto de los Hongos del 62.
