De la filarmónica al candombe

A la memoria de Gustavo Oviedo, baluarte de la cultura afrouruguaya.

   Creadores del primer sonido inconfundiblemente montevideano, la comunidad afro con sus tambores ya estaba presente en los carnavales de 1830. Y cuando hacia 1870 Montevideo asiste al afianzamiento de las comparsas como ingrediente clave de la celebración, vuelven a ser protagonistas del fenómeno con la aparición de Pobres Negros Orientales en 1869 y Raza Africana en 1870, dos títulos fundacionales a los que pronto se sumarían decenas de otras ‘sociedades de negros y lubolos’.

   Estas agrupaciones del siglo XIX que se definían como ‘agrupaciones filarmónicas’, se caracterizaban por ‘el orden y la disciplina de sus evoluciones’ e incluían en su propuesta musical panderetas, clarines, castañuelas, triángulos y guitarras. También estaban presentes los tambores y otros instrumentos de origen africano que servían como acompañamiento del tradicional ‘tango’ que formaba parte de sus repertorios. Sin embargo, lo que predominaba en ellos eran los valses, mazurcas y marchas de estilo militar, fruto de la masiva incorporación de contingentes afro al ejército y a sus bandas cuarteleras, en los años posteriores a la abolición de la esclavitud.

   Luego de aquellos antecedentes, la década de 1890 marca un antes y un después en la articulación del carnaval montevideano con el candombe, ceremonia ritual de origen africano en la cual, desde los tiempos de la colonia, los afromontevideanos recreaban la coronación de los reyes congos. Si todavía en 1860 y 70 las primeras generaciones de africanos mantenían viva aquella tradición, su desaparición física marcó la progresiva declinación de los rituales practicados en las ’salas de nación’ ubicadas en Sur y Palermo.

   En ese contexto, mientras el barrio y los conventillos recogían parte de aquel legado, las nuevas generaciones afro incorporaron a las comparsas de carnaval los elementos más significativos de la coreografía del candombe: algunas de sus figuras más representativas (escoberos, gramilleros, mamas viejas), su paso de baile y, fundamentalmente, la rítmica de sus tambores que, desterrando vestigios militares y filarmónicos, pasaron a ser la esencia intransferible de las agrupaciones afro y la vertiente más original y poderosa de nuestro carnaval.  

Imagen: ‘Candombe’ de Pedro Figari (1861-1938), Óleo, 1925.Colección Museo Nacional de Artes Visuales.

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