Que baila como ninguna

“Rosa Luna, Rosa Luna / que baila como ninguna” dice el candombe que escribió Horacio Guaraní para esta diosa que, con sus fantasías de cuento de hadas y sus penurias a cuestas, logró ingresar al olimpo uruguayo pese a su condición de mujer, negra, pobre, hija natural, vinculada al ambiente de la noche y de las copas, involucrada incluso en un hecho de sangre.

Nació en 1937 en el Mediomundo y del relato de su infancia surge una imagen durísima que habla de la lucha diaria de su madre, Ceferina Luna ‘Chunga’, una de las lavanderas del inquilinato que crió como pudo a catorce hijos de otros tantos ‘maridos’ que la abandonaron. Sin embargo, cuando Rosa evoca aquellos años en el conventillo del que salió a los 9 para trabajar como sirvienta, Rosa dice: “Tuve la suerte de nacer en el Mediomundo donde los morenos de mi raza repiqueteaban los tamboriles noche a noche. Y digo suerte porque en aquel recinto de mil familias, ropas tendidas y ventanas al cielo, no existía fecha ni almanaque para el carnaval. Todo era cuestión de ganas que brotaban de ese infierno grande como permanente contagio de mi barrio humilde.”

Quizás no fue la mejor vedette de nuestro carnaval, sin duda sí la más querida, como lo demostró por años y años 18 de Julio, cuando avanzaba con su sonrisa de oreja a oreja y sacudía la mole de sus muslos y sus pechos, siempre rodeada de una nube de chiquilines y papelitos.

Había heredado de Chunga el fervor por Nacional y a su amor por el candombe le sumó otras dos pasiones: fue ‘blanca como hueso de bagual’ y bolsilluda hasta la muerte. Vivió a ritmo de vértigo y murió en el momento justo para convertirse en mito.