Se llamaba Domingo Betucci, pasó a la historia de los carnavales montevideanos con el apodo de Menecucho y, durante décadas, paseó por la ciudad su ingenuidad de niño grande, en medio del cariño burlón y de las bromas más o menos crueles de sus contemporáneos.
Durante su juventud había formado parte del grupo de internados del Fermín Ferreira que enfrentó a las autoridades del hospital en el carnaval de 1922, siendo uno de los protagonistas de la famosa ‘huelga de tuberculosos’ a la que referimos en un texto anterior (https://memoriasdelabacanal.org/2020/06/29/tuberculosos-en-huelga/). Más tarde, muerto ya Edmundo Lametz, hizo cuanto pudo por ocupar su lugar y convertirse en Marqués de las Cabriolas pero la Comisión Municipal de Fiestas nunca le concedió semejante privilegio.
De esa frustración nació su personaje Siempre Mártir con el que recorrió los tablados de los años 40 y 50 como máscara suelta, cubierto con una colcha de retazos de colores, relatando el gol de la victoria en Maracaná y recitando versos en los que condenaba la guerra y la injusticia y ensalzaba a la infancia. ‘Yo los hago, yo los digo y yo los vendo’ proclamaba, mientras el público le arrojaba vintenes con los que compraba caramelos que luego repartía en asilos y hospitales. En ocasiones, como el número se alargaba más de la cuenta, la gente perdía la paciencia y Menecucho recibía algún huevazo o tomatazo a los que respondía diciendo: ‘Cuantas más piedras me arrojéis, cobardes, más grande será mi pedestal de gloria’.
Si bien nunca pudo presidirlos oficialmente como hubiera querido, la figura de Menecucho ha quedado asociada para siempre a la memoria de los desfiles de los años 50: envuelto en su vetusto traje de Arlequín, se ubicaba delante del séquito de Momo y, a lo largo y ancho de 18 de Julio, recorría cuadras y cuadras corriendo de una vereda a otra y anunciando la presencia inminente del cortejo. Seguramente, muchos veteranos y veteranas recuerdan esa imagen que yo esperaba ansiosa desde mi silla situada a la altura de la calle Vázquez.
A fines de la década de los 80, cuando hacía años que él había desaparecido, un grupo de jóvenes humoristas eligió llamarse Los Menecuchos en una suerte de homenaje póstumo a aquel carnavalero de ley que, como tantos otros seres que el mundo del derecho ignora y margina, encontró su lugar en el efímero universo de la fiesta.

Disponible en la colección: https://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/47610