Al margen de alguna fugaz y esporádica experiencia anterior, puede decirse que nuestro primer tablado vecinal nace en 1890 en la plazoleta Silvestre Blanco –actualmente delimitada por las avenidas Rivera y 18 de Julio y por las calles Brandzen y Arenal Grande-, merced a la iniciativa de los vecinos de la zona y como resultado directo del creciente protagonismo que ya habían alcanzado conjuntos y comparsas en los carnavales de entonces.
En una suerte de anticipo de lo que sería la vertiente más perdurable de nuestro carnaval, el concurso de agrupaciones organizado por el tablado en el año de su fundación congregó a más de cinco mil espectadores y contó con la participación de casi veinte sociedades que interpretaron las dos mejores canciones de su repertorio y se disputaron un único premio consistente en un ‘bello objeto de arte’. A partir de entonces, organizado año a año ‘sin auxilio oficial alguno y librado sólo a los elementos del vecindario’, el tablado se convirtió en una referencia de proyección creciente gracias a una dinámica en la que confluyeron el entusiasmo carnavalero de los vecinos, los códigos de una emergente cultura barrial y los intereses de los comerciantes de la zona.
Otras iniciativas e innovaciones llevadas adelante por el Saroldi en los años subsiguientes, resultarían igualmente fundacionales. En 1894, al instaurar los premios ‘al canto, a la música, a la letra y al traje’, el tablado estaba sentando las bases de los futuros ‘rubros’ que todavía vertebran el Concurso Oficial de Agrupaciones. Y en 1896, la sencilla ornamentación que engalanó sus rústicos tablones, configura el punto de partida de la singular experiencia plástica que pobló de muñecos los tablados montevideanos de la primera mitad del siglo XX.
A poco instaurado, el ejemplo de aquel visionario emprendimiento se propagó a otros barrios y, en el entorno del Novecientos, los que se organizan ya no son los vecinos de una zona sino los de una cuadra, los de una manzana o los de una esquina. Es así que los cinco tablados con que contó Montevideo en 1896 pasan a ser veintidós en 1903 y, treinta años más tarde, los escenarios barriales ya se cuentan por cientos, sellando definitivamente la vinculación de una de las expresiones más entrañables de nuestro carnaval con la infalible puntería de los pioneros del Saroldi.

Disponible en la colección http://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/47616