Venturas y desventuras infantiles

Existe una vasta colección de fotografías que documenta la significativa presencia infantil en el carnaval del Novecientos (👉http://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/47599). Asimismo, la prensa de entonces permite rescatar las andanzas de una infinidad de niños y niñas que participaron de la fiesta en muy diversos contextos: desde los ‘adorables condecitos’ y las ‘diminutas odaliscas’ que disputaron los premios de los concursos de disfraz en las aristocráticas tertulias vespertinas del Teatro Solís, hasta las pandillas de “botijas andrajosos, descalzos y medio desnudos” que en cada febrero salían de los conventillos y recorrían las calles, golpeando una lata y cantando canciones aprendidas de las comparsas que ensayaban en el barrio; desde la infinita variedad de pequeños y pequeñas artistas en potencia que mostraron las más diversas habilidades en los tablados vecinales, hasta los huérfanos del asilo Dámaso Larrañaga que en las primeras décadas del siglo se beneficiaron de la vocación vagamente justiciera de Momo, en el marco de la concepción batllista del Estado como ‘escudo de los débiles’.


Instalados en el costado norte de la Plaza Independencia que les estaba especialmente reservado, en las décadas de 1910 y 1920 los niños del asilo asistían al desfile inaugural y además, para que la fiesta fuera completa, disfrutaban de un reparto general de refrescos y golosinas. Loable iniciativa que tiene su contracara en otra bastante más penosa o directamente escalofriante: también asistían a las tertulias infantiles del Solís, pero no para participar de ellas sino para observar desde los palcos y tertulias del teatro las alternativas del evento protagonizado por niñas y niños más afortunados que ellos.


Al margen de semejante escena, la mayoría de los chiquilines y chiquilinas de las primeras décadas del siglo, disfrutaron del carnaval enfundados en una interminable gama de disfraces entre los que abundan los motivos previsibles pero también los sorprendentes: napolitana, adivina, Mefistófeles, manisero, Colombina, chulo, poupée, dama antigua, Moulin Rouge, jockey, mariposa, tenor lírico, rana, papalera, Tío Sam, signo de interrogación, polvera, trompo, estufa, campeón sudamericano de football, cuerno de la fortuna, contrabandista español, Desdémona… Sugestivo despliegue complementado por las dotes histriónicas con que muchos disfrazados y disfrazadas componían sus respectivos personajes. Por ejemplo, las de Célica Sodré, máscara suelta de 30 meses que en el carnaval de 1918 representó a una turca vendedora de baratijas balbuceando cuartetas alusivas al asunto, o a las de Amanda Sena, una niña de 6 años que, disfrazada de canillita vendedor del diario El Día, visitaba tablados en los que recitaba una poesía dedicada “al ciudadano Batlle y su obra”.


Como suele ocurrir tratándose de niños, aquellas elocuentes mascaritas parecen hablar mucho más de sus mayores que de sí mismas.

▶ Disfraces de Carnaval en el Parque Hotel.
Carnaval de 1916🎭
🎞Centro de Fotografía de Montevideo
👀 Disponible en la colección
http://anaforas.fic.edu.uy/jspui/handle/123456789/47599

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